Fotografía y fotoperiodismo
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Fachada de la tienda de calzados Calçats Milà en Barcelona
Interior de la barbería Peluquería 11 en Barcelona
Zapatería Calçats Milà de Barcelona
Joan Blasco, propietario de la Perfumería Blasco en Barcelona
Barbería Peluquería 11 de Barcelona
Gustavo Bernabe trabaja en un encargo en su taller llamado Cerrajería Isabel Romero.
Una niña mira los granos de café que están expuestos en el escaparate de la tienda de La Portorriqueña.
Francisco, trabajador de la Churrería Banys Nous, prepara unos churros de chocolate en la trastienda.
Jaime Bellini, propietario de la librería Príncipe.
Pequeña sala de estar del piso anexo a la tienda de Magatzems del Pilar ahora en desuso.
David Rodes, propietario de la librería Rodes.
Luis Sanroman atiende a un cliente en la Churreria Banys Nous.
Cartel de local en traspaso colgado en la fachada de la Peluquería 11.
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Eran negocios heredados durante generaciones, pero «el progreso» los arrastró sin piedad a la ruina de lo que deja de ser rentable. Cambios urbanísticos en los centros históricos de las ciudades, la anulación de las rentas antiguas, las grandes superficies comerciales con horarios libres que supusieron una competencia difícil de enfrentar y la prisa, convertida en la característica principal de la vida cotidiana, marcada claramente por un ritmo vertiginoso, donde la buena costumbre de hacer las cosas con calma se fue perdiendo hasta desaparecer.
Tiendas «de siempre», donde se hacía más vida compartida que negocio, donde se resolvían problemas y se encontraban soluciones, porque la especialización en el oficio era un grado y el trato directo e individualizado con cada cliente, un valor añadido. Esas tiendas en las que cada mostrador hablaba de Historia y de historias, que soportan años de lucha y de éxitos, de vidas de barrio y de escenas que recuerdan que antes éramos personas, movidas por impulsos humanos y sentimientos que hacían cercano al panadero, amigo al peluquero y consejero al camarero.
Tenderos que trabajaban en familia, que cuentan que dormían sobre esos mostradores o en la planta de arriba, asomados a la mirilla por si alguien entraba en la tienda. Los mismos que sonreían recordando aquel famoso personaje que una vez se paró a visitarles o los que guardan en sus memorias mil momentos que hacían de los secretos del barrio y de sus gentes un mundo de complicidad seguro y confiable. Negocios centenarios que se pierden, que se consumen lentamente quizá por no haber querido o no haber sabido adaptarse a los tiempos, sólo porque los propietarios no quisieron perder la esencia que los hizo indiscutiblemente necesarios. Tradición que ya no da de comer a toda una familia y se funde con el desarrollo, absorbida por la aplastante realidad de lo que hoy ya pasó a ser sólo Historia.
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