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Con una tradición ancestral que se remonta a la época de los Reyes Católicos, durante más de 500 años casi ininterrumpidamente la Semana Santa se ha mantenido en el sentimiento religioso y popular de los malagueños. Un espectacular evento de carácter religioso, social y cultural que atrae millones de visitantes anualmente a Málaga capital, pero que en las poblaciones de la provincia conserva a duras penas peculiares tradiciones casi extintas.

Toda la provincia viste de largo sus calles con un auténtico despliegue de religiosidad cristiana y fervor popular, para conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en una semana de intensa actividad litúrgica. Pero para los malagueños, la Semana Santa es mucho más que eso. Es abstracta y tangible a la vez. Es sentir desde dentro la fe, el respeto y la devoción, en momentos de júbilo ensordecedor y otros de silencio sepulcral. Atrae a niños, jóvenes, adultos y mayores de toda condición social, que se agolpan para ver los pasos y encienden candelas de nervios y emoción. Es el fiel reflejo del mayor dolor expresado en conjunto, de la soledad, la angustia, la esperanza, la caridad,  el calvario, la expiación, la buena muerte… Es la fe cristiana en su máxima expresión. Eso sí, cada uno la vive a su manera, pero todos con ese nexo común.

Frente al poderío de los enormes tronos y las multitudinarias procesiones, en los pueblos veneran imaginería antigua alegórica de la Pasión de Cristo en modestos pasos, sin tumultos ni boatos. Es la otra Semana Santa malagueña, la que abre paso a la humildad y a tradiciones únicas que tienden a extinguirse por falta de recursos.   Unos y otros comparten momentos de cofrades y penitentes que van dando luz y color con sus cirios y vestimentas a lo largo de cada recorrido, al compás de marchas procesionales que llenan el ambiente de la particular música de Semana Santa, con ese característico aroma a incienso y a flores.

Lágrimas que no se sabe si son de alegría o tristeza, mantillas, capirotes y túnicas en procesiones que dan sentido a una larga espera, volcada cada año en siete días de intenso sentimiento religioso, recogimiento, examen de conciencia y de máximo respeto a la tradición cristiana.

 

 

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